Pues, para él, todo ese mundo de los Kamaswamis no había sido más que un juego, un baile que uno observa desde lejos, una comedia. Sólo había amado y apreciado a Kamala…, pero ¿acaso la seguía queriendo? ¿La necesitaba todavía, o ella a él? ¿No estaban jugando a un juego infinito? ¿Era necesario vivir para ello? ¡No, desde luego que no! Aquel juego se llamaba samsara: un juego de niños que quizá fuera agradable jugar una, dos o diez veces…, pero ¿siempre, siempre?
Y entonces supo Siddhartha que el juego había terminado y que él ya no podría volver a jugarlo. Un estremecimiento sacudió su cuerpo: algo en su interior, sintió de pronto, había muerto.
(...)
Todo esto lo había sentido Kamala más que nunca durante el último encuentro, y pese al dolor que suponía su pérdida, se alegró de haberlo tenido, aquella última vez, tan próximo a su corazón, y de haberse sentido una vez más tan plenamente poseída y compenetrada por él.